Encarnando las palabras etéreas que flotan en el espacio, brotando de una interioridad invisible, la danza busca traducir la vida oblicua que surge entre las líneas del cotidiano, en un viaje místico hacia el silencio. El proceso de creación del movimiento se arraiga y surge de un universo visual y simbólico. Objetos inquietantes, palabras en forma de líneas y luces, imágenes nocturnas, afectan una danza de las vísceras, concreta y incontrolada, llena de contradicciones y vibraciones eléctricas. Casándose con el movimiento fragmentado de su imposible intento de decir lo indecible, la danza aspira a desentrañar el real que yace más allá de los límites del sentido: deviene altar de la oración orgánica que nos lleva hacia las viseras palpitantes de las que venimos, donde el yo se convierte en el “it”, en lo impersonal, en dios, en la muerte.
El espectáculo utilizará una escena simbólica purificada: un cuadrado blanco que representa la hoja de lo posible, donde todo aún puede escribirse y dibujarse. El texto de C. Lispector se vuelve el escenario ideal para la construcción de una pintura en movimiento entre la realidad leve y soñadora de una mujer abandonada a su cotidiano de soledad, y un espacio oscuro y denso, donde florecen las plantas salvajes y las bestias informes de una sexualidad primaria.