La estructura narrativa del espectáculo consiste en la alternancia entre las diferentes etapas del sueño (sueño ligero, sueño profundo y fase REM) surgidas de los resultados de una noche que Angela pasó en la Clínica del Sueño (Udine, Italia). Retomando los resultados de la noche de seguimiento, el espectáculo refleja las respuestas aleatorias que el cuerpo ha dado al mundo exterior: el caos ordenado resultante es el rastro dejado por los sucesos contingentes de una sola noche.
Apagadas las luces, el teatro se convierte en una habitación oscura, envuelta en niebla, en la que se invita a los espectadores a disfrutar de una inquietante canción de cuna: arrullados por el fluir de un tiempo dilatado, pueden percibir, en lo más profundo de su carne, la fragilidad y la fuerza de una criatura dormida. Si les sorprende la inquietante extrañeza de las experiencias provenientes del escenario, la energía que liberan la danza y la música acaba por abrumarles. Apoyada por las sugerencias de la luz y la creación de un espacio escénico envolvente, la danza se convierte así en el medio de una experiencia total.
El cuerpo ahogado en sus experiencias internas es una presencia fluida y viscosa: se hunde en la noche, se sumerge en los abismos del sueño profundo, se encuentra con los monstruos, antes de emerger durante la apnea y luego flotar en la superficie, durante el sueño ligero. Permite percibir los movimientos externos del cuerpo dormido, la vida interna durante el sueño y el impalpable movimiento de la materia onírica.
La noche nos sumerge en un universo de vagos contornos, atravesado por una constante sensación de suspensión. Es hacia esta zona de tensión que la ninnananna (canción de cuna) quiere transportar el cuerpo de los espectadores, cuya presencia se hunde en las ondas ambiguas y cambiantes de una misma experiencia: entre el aburrimiento y la sorpresa, la amenaza y la quietud, el espectáculo explora la rostros de lo desconocido que se anuncia en el umbral de la espera.